Anoche en la
salsera me senté a esperar que se me seque un poco la camisa. A mi lado estaba
Maria, quien gentilmente me convidó con medio vaso de cerveza, tras el cual
miré el cielo y le dije "lo bueno de todo esto, es que mañana no va a
llover". Ni siquiera sé por qué se me ocurrió decir eso. Acto seguido, me
volví a casa a dormir. Esta mañana, en plena carrera contra el tiempo miré el
cielo celeste que apenas tenía unas nubes y me dije "como la pegué, mirá
si va a llover". Y sin campera ni piloto me fui a trabajar. Llegado el
mediodía, fuimos a comer y el cielo ya amenazaba con abrir la manguera de la
red de incendios. Fuera de joda, a simple vista la nube mayor parecía un volcán
invertido a punto de eyectar una masa de agua sin precedentes…
Terminado el almuerzo evité la sobremesa para
no dar lugar a que la tormenta haga de las suyas. Así que de inmediato me subí
a la moto y partí de regreso hacia San Nicolás.
(Carajo, me
falta más de media historia y ya llevo como 15 líneas...)
A las 3
cuadras se larga a llover. La nube mas amenazadora ya había pasado, pero no...
las otras que venían detrás no podían ser menos. Gotas cada vez mas grandes
impactaban sobre mi mochila y, lo que es peor, sobre el bolsillo donde tenía el
celular. Busqué refugio en la estación de GNC que está en el acceso al pueblo,
que curiosamente reza "Prohibido circular con motos". Fui con la
intención de escribir este texto mientras esperaba que parase de llover y
consumía algo en el barcito que, oportunamente estaba cerrado.
Sin techo y al
refugio que me proporcionaba la pared, cuya eficiencia dependía de que el
viento siguiera soplando para que las gotas no cayeran verticalmente, sólo me
quedaba una opción: prepararme para volver aún con lluvia, sin piloto ni
campera. Vacié mis bolsillos en la mochila que luego puse dentro de una bolsa
que siempre llevo para estos casos y la até en la moto.
Todo motoquero
alguna vez tuvo la experiencia de ser castigado por la lluvia en las manos un
día que haya salido sin guantes. Ahora, cuando no sólo te falta el piloto, sino
también la campera de cuero, las gotas son un flagelo para todo el cuerpo. Eso,
si tenés la suerte -como no fue mi caso- de que no caigan piedras. Y así
transcurrieron los primeros kilómetros del viaje. Me hice sopa y por poco las
piedras no me dejan como colador. Je, nada de andar aflojándole al acelerador, eh...
La primera
sensación es de rechazo al frío. La segunda, temor a la neumonía. La tercera,
aceptación de que una vez emprendido el viaje, era sabido que ibas a terminar
íntegramente mojado. La cuarta, y ahí es cuando entramos en la parte
preocupante, cuando dejás de sentir el frío. No sé bien si es por costumbre o
porque ya estás delirando de la hipotermia. Pero bueno, llegado este punto las
gotas ya escaseaban.
Continué mi
viaje tranqui, 100, 120km/h, y la tormenta fue quedando atrás. No tenía bien
claro si la tormenta ya había pasado, o se estaba acercando y yo estaba yendo
mas rápido. Preferí no averiguarlo, pero la calle mojada ya me daba la pista de
que la tormenta no debería ser algo de qué preocuparse. Y más allá de una
posible neumonía, la preocupación principal pasaba por tener la ropa mojada. Pero
esa preocupación también pasó, ¡es increíble el efecto Koh-i-noor del viento a
120km/h en la moto cuando cesa la lluvia!