Hay cosas muy
locas que te pueden pasar andando en moto. Algunas buenas y algunas no tanto.
Pero vivir las experiencias que la vida te ofrece sobre las dos ruedas es algo
que está bueno.
Me encontraba
yendo a bailar a la playa, circulando por Oroño llegando a Salta, cuando me
detengo en el semáforo. Siento un sonido que no sé de donde proviene. El
semáforo me guiña el verde y trato de salir. Pongo primera y la moto se
estanca. Se para el motor. Para mi sorpresa, el sonido había sido producido por
el corte del cable del embriague. Para quienes no lo sepan, la moto sólo puede
arrancar estando en Neutro o embriagada estando en primera. Y para darle
arranque hay que ir soltando suavemente el embriague.
A cualquiera
se le puede cortar el embriague de la moto y no por eso lo va a publicar en
internet. Pero, además de que yo siempre publico las giladas que me pasan, lo
curioso del caso es que yo estaba en Rosario. A 70km de mi ciudad natal y, por
ende, a 70km del taller de El Lechu, mi taller de confianza. A eso le sumamos
que era pasada la medianoche y que no había ningún taller a pocas cuadras a la
redonda como para dejarla en un estacionamiento y llevarla al día siguiente.
Además, estaba lejos de la casa de quienes podrían brindarme una mano. Y no
daba para pedirles auxilio a esa hora ni siquiera para que me remolcaran la
moto.
Ante la
situación, y sin tener mucha idea de cómo funciona un motor naftero fuera de
los ciclos teóricos que estudiamos en los libros de termodinámica, empecé a
evaluar posibilidades y hacer mis primeros intentos.
Intenté darle
arranque en primera. Pegó un tirón pero no avanzó.
Intenté darle
arranque en Neutro, pero al pasar a primera sin embriagar, pegó el mismo tirón
sin avanzar tampoco.
Miré bien la
situación. Intenté tironear del cable, simulando ser la palanca de la moto y no
logré moverlo ni medio centímetro. Detalle para tener en cuenta: el cable está
engrasado. Mi pantalón era color arena, tirando a blanco.
En un golpe de
McGyverismo, moví la palanca del embriague del motor y pude ver cómo era más
sencillo tirar del cable desde al lado de la palanca. Pero al soltarla, el
cable volvía a la posición “sin embriagar”. No podía dejar una mano en el motor
porque necesitaba una para acelerar y la otra para maniobrar. Ahí es cuando los
conceptos físicos cayeron en mi auxilio y repetí la operación, sólo que esta
vez, cuando tiré el cable de la moto, lo doblé sobre el manillar para que me
fuera más fácil retenerlo. Aún así, la grasa hacía que se me fuera escapando de
a poco. Puse la moto en primera y le di arranque. No estaba del todo
embriagada, así que lentamente empezó a avanzar. Fui soltando de a poco el
cable que sostenía con mi dedo índice, y pude conservar la marcha. En primera.
Tenía que hacer alrededor de 30 cuadras. Insisto: en primera. A las 4 cuadras,
me la jugué y pasé a segunda sin embriagar. Y funcionó! Ya fui más calmado,
porque las posibilidades de fundir el motor se reducían en un 85%
aproximadamente.
Si alguno
piensa que la aventura termina cuando hago arrancar la moto y finalmente puedo
avanzar, se equivoca. Los quiero ver recorriendo las calles del centro de
rosario sin poder frenar en las esquinas porque se les para la moto y no saben
si la van a poder hacer arrancar de nuevo. Fue un circo de luces, bocinazos y
combinaciones de freno-acelerador para evitar que al bajar la velocidad la moto
se pare, todo con la sincronía de un malabarista… q recién empieza. Debo
haberle puesto mucha fe a las plegarias que decían “ponete verdeeeee!!!!!” en
las esquinas con semáforo porque sólo una de ellas pasé en rojo, en la cual fue
fuerte la plegaria de “que no venga nadie”, porque, afortunadamente, fue así.
Paré. Hice 3
cuadras, llevé la moto a un lugar seguro y al otro día emprendí la odisea de
encontrar el repuesto del cable y un taller siendo las 10:15 de la mañana acechado
por el temor de que me cerraran los negocios. Luego de 2hs y $60 -$30 de
repuestos y $30 de taller-, estuve listo para continuar mi marcha.
NOTA: El
taller era el taller oficial de un concesionario. Tenían varias motos a las que
les estaban haciendo el service y caí yo con la mía. Sabía que no sería fácil
conseguir su ayuda así que me presenté: “Hola, soy un viajero de las lejanas
tierras de San Nicolas y vengo a pediros vuestra ayuda, honorables caballeros,
dado que no tengo ni las herramientas ni los conocimientos necesarios para
emprender la tarea. Ayer sufrí el incidente de cortar una de las riendas de mi
corcel y he venido a que me las reparen. Sé que estoy completamente fuera de su
programa matutino pero aquí les traigo el repuesto”. Realmente no fueron las
palabras empleadas pero hubiera estado bueno. Pese a la cara de mala gana del
regente del taller, tuvieron la amabilidad de atenderme.
A modo de
agradecimiento les dejo el chivo: Motor Dos, Sarmiento 1527, Rosario. Muy buen laburo y no se sarparon en lo que me cobraron.
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