Esto ocurre cierta mañana en mi hogar
independiente en el que un cierto aroma poco frecuente me hace percatar de que
algo no andaba bien.
Eché Lysoform en el baño. Pero ese no era el
problema. SC Johnson, el chivo fue de onda.
Lo cual me llevó a concluir que debía cerrar la garrafa de la cocina. Independiente, pero humilde. A esta altura
deben estar sacando la misma conjetura que yo en ese momento. Mi
subdesarrollado olfato detectó una anormalidad, pero no diferenciaba este problema
de una fuga de gas o de un baño maloliente.
Frustrado por no encontrar el problema, hice lo
que cualquier persona en mi posición y con mis características haría en ese
momento: Me puse a jugar al Tetris, ignorando el hedor.
Mientras transcurría plácidamente mi pasatiempo,
un ruido se hace notar en “el cajón del almacén” –cajón de una cómoda que tengo
en el living donde guardo yerba, azúcar, leche en polvo, galletitas, etc. El
ruido era como una envoltura de galletitas 9 de oro siendo rapiñada para acceder
a su contenido.
Abro el cajón y veo el paquete con un agujero por
el cual tranquilamente podía caber mi dedo y a través de él los primeros
bizcochos mordisqueados. Para quienes no lo saben, no es la manera en que
habitualmente abro un paquete de bizcochos. Cañuelas ;) -
ojalá alguna empresa se percate de la publicidad gratuita.
Todo bien con que se metan en mi casa y deambulen.
Los insectos lo hacen, no veo por qué prohibírselo otro animalito, siempre y
cuando no joda. Pero este no. Este se metió con mis bizcochos! Los biscochos en
sí no son un problema, pero cuando se trata de tu reserva para esos días en que
los negocios están cerrados y el hambre pega como nunca en la semana (ni
siquiera esa hora anterior en la que hubieras encontrado el negocio abierto),
los bizcochos son prácticamente un tesoro de campaña.
Así que empecé a abrir los cajones uno por uno,
registrando cada recoveco. De repente y entre mis piernas, una figura no
identificada se movió más rápido de lo que pude percibirla. Y desaparece. Conservando
la calma y descreído completamente de las actividades paranormales, luego de
unos minutos de registro encuentro una caja de cartón con un orificio por donde
tranquilamente pasaría un dedo. Estos orificios se estaban volviendo
peligrosamente frecuentes esa mañana.
Ingeniosamente, tapé el orificio con una cinta. La cinta más cojuda que conozco, y que nunca sé cómo
pedir en una ferretería, y procedí a retirar las cosas
cuidadosamente de la caja. No fue hasta sacar la última cosa de la caja que
nuestras miradas se cruzaron. Era una laucha gris. De no más de 5cm de altura
sin contar la cola. Digo altura porque estaba parada en sus dos patas traseras,
mirándome, como yo a ella. Tenía una actitud como diciendo “Disculpe señor ¿los
bizcochos eran suyos? fue por hambre, lo juro”. Puedo asegurar que por un
momento nos quedamos mirándonos, como entendiéndonos. Tuve la ridícula idea de
adoptarla. Podría haberse llamado, no sé… Lara.
Yo tenía ventaja. Ella estaba en una caja y yo no.
Yo podía cerrar esa caja. Y en el tiempo en que me tomó pensar esa idea, la
laucha empezó a correr alrededor de la caja, como tomando envión y en una
vuelta alrededor de las paredes saltó fuera de la caja y la perdí de vista.
Había perdido una batalla, pero no la guerra.
Compré el armamento necesario para los días que se
acercaban: Una trampa con resorte, una jaula para ponerle carnada y 2 trampas
con pegamento. No voy a dar marcas porque las empresas
no se ponen con la tarasca. Y quesitos amarillos. Que no son quesos,
son veneno con forma de piezas triangulares de queso. Aprendí también que lejos
de lo que se cree, el queso no es la mejor carnada, sino algo de carne, una
almendra o un pedacito de zanahoria.
La trampa con resorte lleva 2 años lista y nunca
la activó ni siquiera un dado caído por accidente. Son el peor chamuyo de la
historia.
A la jaulita se le pudrió la carnada y lo único
que atrapó fue telarañas. Y menos mal, porque cuando vi cómo hay que deshacerse
de las lauchas, no sé si hubiera podido hacerle eso a la pobre y tierna Larita.
Las trampas de pegamento… Ah… Esas sí que son
trampas!
Al lado de la cómoda solía dejar una regla T de
madera para dibujo técnico, que puede sonarles
de otra anécdota. Ésta se caía sola, a mitad de la noche. El
fenómeno paranormal terminó cuando puse una trampa de pegamento al lado. Esa
noche la regla no se cayó, yo dormí, todos fuimos felices, menos la laucha que
quedó inmovilizada en el pegamento.
En el ropero de al lado de la cama oí unos roídos.
Caramba, eso es aglomerado, resina, sintético, antinatural, laucha ignorante!
Pero ahí estaba, la ropa llena de pelusa de laucha. Así que puse una trampa de
pegamento entre la cama y el ropero. Apagué la luz y el “tac-tac-tac” de la
laucha embadurnada de cuerpo entero dieron la alarma para volver a prenderla.
Esperando a una compañera volví a colocar una trampa en el mismo lugar, dónde
lo único que cayó fue una almohada a la cual nunca pude sacarle el pegamento y
hoy en día la sábana compañera es una linda lona para
el mate.
Finalmente en los 18m2 que tengo de depto.
Distribuí 12 piezas de ese “quesito”. Adiós a los fenómenos paranormales,
choreo de bizcochos, Larita y la mar en coche.
La historia termina conmigo lavando y
desinfectando la casa durante 2 semanas más o menos.
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