Abro las ventanas de mi habitación y tengo la vista directa a mi ciudad, acobijada por los primeros rayos del sol que ilumina desde el la intendencia con un imponente tejado azul, hasta el cuartel y el puerto. Ahí está mi gente. Por ellos vivo, por ellos lucho, a ellos sirvo.
Comercio diplomáticamente la mercadería que necesito y que mi propia producción no alcanza a cubrir mis necesidades. Salgo a recorrer las ciudades vecinas, sus rojos y verdes techos colorean mi viaje. Y mientras crezco pacíficamente con mi entorno, uno de mis consejeros me alerta de un peligro inminente. Una invasión viene en camino a mi tan apreciada ciudad.
Los ciudadanos comienzan a desesperarse y se alistan al ejército de la manera en que más aptos se consideran. Algunos con cañones, otros con fusiles y otros en gigantescas máquinas que proveen protección. Cercamos la ciudad y esperamos a nuestro enemigo sigilosamente, sin saber él lo que le espera tras nuestras murallas, mientras vaciamos nuestros depósitos a través del puerto, para que su invasión, en caso de llevarse acabo, sea infructuosa.
Pero al extender el catalejo hacia el horizonte alcanzo a divisar unos puntos que se asoman y aceleran a toda marcha. Efectivamente no vienen con intenciones amistosas. Si no logro sacar mis bienes, serán saqueados por el enemigo. Y lo peor, seguramente volverán por mas. Llegó el momento de actuar: Aseguro mi puerto con barcos espolones a vapor, barcos catapultas y submarinos. Dono los bienes que no pueda transportar y el resto lo quito de la ciudad. Quizás pierda mis bienes de una manera u otra, pero prefiero que no sea mi enemigo quien se los quede.
Finalmente se libra la batalla. Mi primera línea comienza a debilitarse, y el equipo médico y los cocineros ayudan a fortalecer la tropa. Los flancos están asegurados, pero sin primera línea estoy perdido. Sólo me queda una esperanza: Mis aliados.
Luego de solicitar ayuda, actuando primero y preguntando después mi alianza viene en camino. Con sus soldados sedientos de sangre y apoyando al hermano en dificultades, barcos de todas partes del mundo se acercan a mi ciudad. Algunos portan soldados, y otros portan armas para asegurar el puerto.
Y así concluye otra sesión del Ikariam...