martes, 29 de enero de 2013

Trámites en el Registro Civil


Era una mañana de verano en la que estaba tramitando la denuncia de la tarjeta azul del auto de mis padres. Con bastante mala onda, reconozco, porque ya venía de dos horas de espera en el Registro del Automotor cuando tuve que hacer fila en el Registro Civil para hacer una denuncia que ya podría haber hecho si me lo hubieran indicado.
Mientras esperaba en la fila mis agudos instintos reconocieron a una persona en una situación conflictiva. Esa persona era un bebé de apenas 26 días. Su situación: querían hacerle una impresión de las huellas digitales en un escáner táctil, de esos que se usan ahora en el registro para no dejarte los dedos llenos de tinta. Mis agudos instintos: se reducen a mi capacidad de oir su llanto.
El cuadro era el siguiente: La señora del registro civil estaba operando la computadora. La madre del bebé lo sostenía en brazos. El padre sostenía el escáner con una mano mientras con la otra pretendía abrirle la mano al bebé y hacer que apoye sólo el dedo pulgar.

Mi lugar de ciudadano común era quedarme en la fila criticando que no callaran al niño y quejándome de cómo la señora que debía atenderme estaba siendo ineficaz en su tarea. Pero mis impulsos de scout con delirios de héroe fueron más fuertes. Y a riesgo de perder mi lugar en la fila me acerqué a la pareja y le dije al padre: “déjeme que le sostengo el aparato, usted use las dos manos para hacerle apoyar el pulgar en el sensor.” Y así estuvimos renegando, pero ninguno de los dos ciudadanos sabíamos la altura precisa a la que debía estar el dedo del pequeño para ser escaneado. Así que la señora del registro civil tomó la posta y me dijo: “¿querés operar vos la pc, mientras yo le hago apoyar el dedo en el sensor?”. “Bueno”, le dije. Y me senté en su silla con mi mochila cargada de papeles de trámites en curso.
Cada tanto amagaba a aparecer la huella digital, pero se veía como una mancha negra, sin líneas detectables. Así que fueron más los “REESCANEAR” que los posibles “ACEPTAR” que salían. En un tiro me salió un “ACEPTAR” y le di “REESCANEAR” de nuevo, ya sin leer los botones. Pero bueno, eso queda entre la PC y yo. Y ustedes, mis estimados y desconocidos lectores.
La frase de la mañana fue de la señora diciendo “el ciudadano viene a hacer un trámite y termina colaborando para tomar uno que es ajeno a él”, soltando una leve carcajada como para atenuar la tensión provocada por el llanto de la criatura.
Afortunadamente tuvo el buen gesto de mandar a gestionar mi trámite mientras yo le ayudaba. Cuestión que cuando terminamos de tomarle las huellas digitales al bebé, me dieron mi denuncia y me fui.
Me dijo “Gracias, muchas gracias”. Y en mi cabeza rondaban las palabras “Señora, sólo recuerde que TapperMan estuvo aquí”. Pero sólo solté un “Gracias a usted”.
¡Saludos y hasta la próxima anécdota!

domingo, 20 de enero de 2013

Andando sin embriague

Hay cosas muy locas que te pueden pasar andando en moto. Algunas buenas y algunas no tanto. Pero vivir las experiencias que la vida te ofrece sobre las dos ruedas es algo que está bueno.
Me encontraba yendo a bailar a la playa, circulando por Oroño llegando a Salta, cuando me detengo en el semáforo. Siento un sonido que no sé de donde proviene. El semáforo me guiña el verde y trato de salir. Pongo primera y la moto se estanca. Se para el motor. Para mi sorpresa, el sonido había sido producido por el corte del cable del embriague. Para quienes no lo sepan, la moto sólo puede arrancar estando en Neutro o embriagada estando en primera. Y para darle arranque hay que ir soltando suavemente el embriague.
A cualquiera se le puede cortar el embriague de la moto y no por eso lo va a publicar en internet. Pero, además de que yo siempre publico las giladas que me pasan, lo curioso del caso es que yo estaba en Rosario. A 70km de mi ciudad natal y, por ende, a 70km del taller de El Lechu, mi taller de confianza. A eso le sumamos que era pasada la medianoche y que no había ningún taller a pocas cuadras a la redonda como para dejarla en un estacionamiento y llevarla al día siguiente. Además, estaba lejos de la casa de quienes podrían brindarme una mano. Y no daba para pedirles auxilio a esa hora ni siquiera para que me remolcaran la moto.
Ante la situación, y sin tener mucha idea de cómo funciona un motor naftero fuera de los ciclos teóricos que estudiamos en los libros de termodinámica, empecé a evaluar posibilidades y hacer mis primeros intentos.
Intenté darle arranque en primera. Pegó un tirón pero no avanzó.
Intenté darle arranque en Neutro, pero al pasar a primera sin embriagar, pegó el mismo tirón sin avanzar tampoco.
Miré bien la situación. Intenté tironear del cable, simulando ser la palanca de la moto y no logré moverlo ni medio centímetro. Detalle para tener en cuenta: el cable está engrasado. Mi pantalón era color arena, tirando a blanco.
En un golpe de McGyverismo, moví la palanca del embriague del motor y pude ver cómo era más sencillo tirar del cable desde al lado de la palanca. Pero al soltarla, el cable volvía a la posición “sin embriagar”. No podía dejar una mano en el motor porque necesitaba una para acelerar y la otra para maniobrar. Ahí es cuando los conceptos físicos cayeron en mi auxilio y repetí la operación, sólo que esta vez, cuando tiré el cable de la moto, lo doblé sobre el manillar para que me fuera más fácil retenerlo. Aún así, la grasa hacía que se me fuera escapando de a poco. Puse la moto en primera y le di arranque. No estaba del todo embriagada, así que lentamente empezó a avanzar. Fui soltando de a poco el cable que sostenía con mi dedo índice, y pude conservar la marcha. En primera. Tenía que hacer alrededor de 30 cuadras. Insisto: en primera. A las 4 cuadras, me la jugué y pasé a segunda sin embriagar. Y funcionó! Ya fui más calmado, porque las posibilidades de fundir el motor se reducían en un 85% aproximadamente.

Si alguno piensa que la aventura termina cuando hago arrancar la moto y finalmente puedo avanzar, se equivoca. Los quiero ver recorriendo las calles del centro de rosario sin poder frenar en las esquinas porque se les para la moto y no saben si la van a poder hacer arrancar de nuevo. Fue un circo de luces, bocinazos y combinaciones de freno-acelerador para evitar que al bajar la velocidad la moto se pare, todo con la sincronía de un malabarista… q recién empieza. Debo haberle puesto mucha fe a las plegarias que decían “ponete verdeeeee!!!!!” en las esquinas con semáforo porque sólo una de ellas pasé en rojo, en la cual fue fuerte la plegaria de “que no venga nadie”, porque, afortunadamente, fue así.
Paré. Hice 3 cuadras, llevé la moto a un lugar seguro y al otro día emprendí la odisea de encontrar el repuesto del cable y un taller siendo las 10:15 de la mañana acechado por el temor de que me cerraran los negocios. Luego de 2hs y $60 -$30 de repuestos y $30 de taller-, estuve listo para continuar mi marcha.
NOTA: El taller era el taller oficial de un concesionario. Tenían varias motos a las que les estaban haciendo el service y caí yo con la mía. Sabía que no sería fácil conseguir su ayuda así que me presenté: “Hola, soy un viajero de las lejanas tierras de San Nicolas y vengo a pediros vuestra ayuda, honorables caballeros, dado que no tengo ni las herramientas ni los conocimientos necesarios para emprender la tarea. Ayer sufrí el incidente de cortar una de las riendas de mi corcel y he venido a que me las reparen. Sé que estoy completamente fuera de su programa matutino pero aquí les traigo el repuesto”. Realmente no fueron las palabras empleadas pero hubiera estado bueno. Pese a la cara de mala gana del regente del taller, tuvieron la amabilidad de atenderme.
A modo de agradecimiento les dejo el chivo: Motor Dos, Sarmiento 1527, Rosario. Muy buen laburo y no se sarparon en lo que me cobraron.