lunes, 31 de diciembre de 2012

En moto bajo la lluvia. Sin piloto. Sin campera.


Anoche en la salsera me senté a esperar que se me seque un poco la camisa. A mi lado estaba Maria, quien gentilmente me convidó con medio vaso de cerveza, tras el cual miré el cielo y le dije "lo bueno de todo esto, es que mañana no va a llover". Ni siquiera sé por qué se me ocurrió decir eso. Acto seguido, me volví a casa a dormir. Esta mañana, en plena carrera contra el tiempo miré el cielo celeste que apenas tenía unas nubes y me dije "como la pegué, mirá si va a llover". Y sin campera ni piloto me fui a trabajar. Llegado el mediodía, fuimos a comer y el cielo ya amenazaba con abrir la manguera de la red de incendios. Fuera de joda, a simple vista la nube mayor parecía un volcán invertido a punto de eyectar una masa de agua sin precedentes…
 Terminado el almuerzo evité la sobremesa para no dar lugar a que la tormenta haga de las suyas. Así que de inmediato me subí a la moto y partí de regreso hacia San Nicolás.
(Carajo, me falta más de media historia y ya llevo como 15 líneas...)
A las 3 cuadras se larga a llover. La nube mas amenazadora ya había pasado, pero no... las otras que venían detrás no podían ser menos. Gotas cada vez mas grandes impactaban sobre mi mochila y, lo que es peor, sobre el bolsillo donde tenía el celular. Busqué refugio en la estación de GNC que está en el acceso al pueblo, que curiosamente reza "Prohibido circular con motos". Fui con la intención de escribir este texto mientras esperaba que parase de llover y consumía algo en el barcito que, oportunamente estaba cerrado.
Sin techo y al refugio que me proporcionaba la pared, cuya eficiencia dependía de que el viento siguiera soplando para que las gotas no cayeran verticalmente, sólo me quedaba una opción: prepararme para volver aún con lluvia, sin piloto ni campera. Vacié mis bolsillos en la mochila que luego puse dentro de una bolsa que siempre llevo para estos casos y la até en la moto.
Todo motoquero alguna vez tuvo la experiencia de ser castigado por la lluvia en las manos un día que haya salido sin guantes. Ahora, cuando no sólo te falta el piloto, sino también la campera de cuero, las gotas son un flagelo para todo el cuerpo. Eso, si tenés la suerte -como no fue mi caso- de que no caigan piedras. Y así transcurrieron los primeros kilómetros del viaje. Me hice sopa y por poco las piedras no me dejan como colador. Je, nada de andar aflojándole al acelerador, eh...
La primera sensación es de rechazo al frío. La segunda, temor a la neumonía. La tercera, aceptación de que una vez emprendido el viaje, era sabido que ibas a terminar íntegramente mojado. La cuarta, y ahí es cuando entramos en la parte preocupante, cuando dejás de sentir el frío. No sé bien si es por costumbre o porque ya estás delirando de la hipotermia. Pero bueno, llegado este punto las gotas ya escaseaban.
Continué mi viaje tranqui, 100, 120km/h, y la tormenta fue quedando atrás. No tenía bien claro si la tormenta ya había pasado, o se estaba acercando y yo estaba yendo mas rápido. Preferí no averiguarlo, pero la calle mojada ya me daba la pista de que la tormenta no debería ser algo de qué preocuparse. Y más allá de una posible neumonía, la preocupación principal pasaba por tener la ropa mojada. Pero esa preocupación también pasó, ¡es increíble el efecto Koh-i-noor del viento a 120km/h en la moto cuando cesa la lluvia!