miércoles, 10 de febrero de 2016

Con el enemigo en casa

Esto ocurre cierta mañana en mi hogar independiente en el que un cierto aroma poco frecuente me hace percatar de que algo no andaba bien.
Eché Lysoform en el baño. Pero ese no era el problema. SC Johnson, el chivo fue de onda. Lo cual me llevó a concluir que debía cerrar la garrafa de la cocina. Independiente, pero humilde. A esta altura deben estar sacando la misma conjetura que yo en ese momento. Mi subdesarrollado olfato detectó una anormalidad, pero no diferenciaba este problema de una fuga de gas o de un baño maloliente.
Frustrado por no encontrar el problema, hice lo que cualquier persona en mi posición y con mis características haría en ese momento: Me puse a jugar al Tetris, ignorando el hedor.
Mientras transcurría plácidamente mi pasatiempo, un ruido se hace notar en “el cajón del almacén” –cajón de una cómoda que tengo en el living donde guardo yerba, azúcar, leche en polvo, galletitas, etc. El ruido era como una envoltura de galletitas 9 de oro siendo rapiñada para acceder a su contenido.
Abro el cajón y veo el paquete con un agujero por el cual tranquilamente podía caber mi dedo y a través de él los primeros bizcochos mordisqueados. Para quienes no lo saben, no es la manera en que habitualmente abro un paquete de bizcochos. Cañuelas ;) - ojalá alguna empresa se percate de la publicidad gratuita.
Todo bien con que se metan en mi casa y deambulen. Los insectos lo hacen, no veo por qué prohibírselo otro animalito, siempre y cuando no joda. Pero este no. Este se metió con mis bizcochos! Los biscochos en sí no son un problema, pero cuando se trata de tu reserva para esos días en que los negocios están cerrados y el hambre pega como nunca en la semana (ni siquiera esa hora anterior en la que hubieras encontrado el negocio abierto), los bizcochos son prácticamente un tesoro de campaña.
Así que empecé a abrir los cajones uno por uno, registrando cada recoveco. De repente y entre mis piernas, una figura no identificada se movió más rápido de lo que pude percibirla. Y desaparece. Conservando la calma y descreído completamente de las actividades paranormales, luego de unos minutos de registro encuentro una caja de cartón con un orificio por donde tranquilamente pasaría un dedo. Estos orificios se estaban volviendo peligrosamente frecuentes esa mañana.
Ingeniosamente, tapé el orificio con una cinta. La cinta más cojuda que conozco, y que nunca sé cómo pedir en una ferretería, y procedí a retirar las cosas cuidadosamente de la caja. No fue hasta sacar la última cosa de la caja que nuestras miradas se cruzaron. Era una laucha gris. De no más de 5cm de altura sin contar la cola. Digo altura porque estaba parada en sus dos patas traseras, mirándome, como yo a ella. Tenía una actitud como diciendo “Disculpe señor ¿los bizcochos eran suyos? fue por hambre, lo juro”. Puedo asegurar que por un momento nos quedamos mirándonos, como entendiéndonos. Tuve la ridícula idea de adoptarla. Podría haberse llamado, no sé… Lara.
Yo tenía ventaja. Ella estaba en una caja y yo no. Yo podía cerrar esa caja. Y en el tiempo en que me tomó pensar esa idea, la laucha empezó a correr alrededor de la caja, como tomando envión y en una vuelta alrededor de las paredes saltó fuera de la caja y la perdí de vista.
Había perdido una batalla, pero no la guerra.
Compré el armamento necesario para los días que se acercaban: Una trampa con resorte, una jaula para ponerle carnada y 2 trampas con pegamento. No voy a dar marcas porque las empresas no se ponen con la tarasca. Y quesitos amarillos. Que no son quesos, son veneno con forma de piezas triangulares de queso. Aprendí también que lejos de lo que se cree, el queso no es la mejor carnada, sino algo de carne, una almendra o un pedacito de zanahoria.
La trampa con resorte lleva 2 años lista y nunca la activó ni siquiera un dado caído por accidente. Son el peor chamuyo de la historia.
A la jaulita se le pudrió la carnada y lo único que atrapó fue telarañas. Y menos mal, porque cuando vi cómo hay que deshacerse de las lauchas, no sé si hubiera podido hacerle eso a la pobre y tierna Larita.
Las trampas de pegamento… Ah… Esas sí que son trampas!
Al lado de la cómoda solía dejar una regla T de madera para dibujo técnico, que puede sonarles de otra anécdota. Ésta se caía sola, a mitad de la noche. El fenómeno paranormal terminó cuando puse una trampa de pegamento al lado. Esa noche la regla no se cayó, yo dormí, todos fuimos felices, menos la laucha que quedó inmovilizada en el pegamento.
En el ropero de al lado de la cama oí unos roídos. Caramba, eso es aglomerado, resina, sintético, antinatural, laucha ignorante! Pero ahí estaba, la ropa llena de pelusa de laucha. Así que puse una trampa de pegamento entre la cama y el ropero. Apagué la luz y el “tac-tac-tac” de la laucha embadurnada de cuerpo entero dieron la alarma para volver a prenderla. Esperando a una compañera volví a colocar una trampa en el mismo lugar, dónde lo único que cayó fue una almohada a la cual nunca pude sacarle el pegamento y hoy en día la sábana compañera es una linda lona para

el mate.
Finalmente en los 18m2 que tengo de depto. Distribuí 12 piezas de ese “quesito”. Adiós a los fenómenos paranormales, choreo de bizcochos, Larita y la mar en coche.

La historia termina conmigo lavando y desinfectando la casa durante 2 semanas más o menos.

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